Querido señor madurito,
Me enamora de ti que me aguantes la insolencia de llamarte señor madurito, como si yo fuera una Lolita de uniforme y calcetines, en lugar de la cuarentañera que te da los buenos días todas las mañanas.
Déjame que te cuente algo. Esta mañana me he sentado en el jardín a tomar el tibio sol de invierno y te he visto observándome desde el interior de la casa. He hecho como si no te hubiera pillado en la travesura de mirarme a escondidas; en lugar de eso, he actuado como una adolescente despreocupada. Me he desabrochado un poquito la camisa y he jugado con el mechón de mi pelo, fingiendo ser la jovencita que te conquistó.
Apenas cinco minutos de coquetería, de armas de mujer utilizadas con premeditación y alevosía, han bastado para que abandonaras tu mirador tras la cortina y te dejaras caer a mi lado para besar mi escote templado.
Durante todo el día he estado jugando al escondite con tu deseo, que si mira si me puedes desatar un poco el delantal, que me aprieta, que si cuidado que nos ven los niños. Te he robado algunos besos furtivos cuando nos hemos encontrado en la despensa, como si, en lugar de nuestros hijos, fueran nuestros padres los que estaban en la cocina, como cuando no teníamos descaro suficiente para besarnos ante ellos.
Así, a sorbitos, engañando al paso despiadado del tiempo, ese que nos pinta de blanco las sienes y nos arruga las esquinas de la mirada, vamos cumpliendo amor, como si no costara.
Vemos las barbas de nuestros vecinos pasar por duras separaciones y nosotros nos tomamos de la mano como dos criaturas temerosas, conjurando el deseo de seguir amándonos hasta que la muerte nos separe, porque así lo prometimos. Nos lo prometemos todos los días, incluso en las madrugadas de entrecejos enfurruñados y ante la montaña de ropa por lavar.
A veces me pregunto si encuentras en mí el refugio suficiente, el calor que tu corazón necesita, el reposo para tu cuerpo, tan acostumbrado ya al mío. Y siento un secreto temblor cuando me doy cuenta de que podría haber sido más generosa, como la otra noche, que fingí estar dormida cuando sentí tu respiración en mi pelo.
He esquivado la tentación de olisquear en busca de un rastro de perfume que no fuera el mío en el cuello de tu camisa. Y justo cuando ya casi me enfado, porque has vuelto a llegar tarde del trabajo, encuentro en el fondo de tus pupilas aquel chico que habitó en ti, espiándome tras las cortinas.
A menudo temo que mi vida contigo no haya sido más que un sueño en el que fui inmensamente feliz y del que despertaré con una terrible sensación de ausencia y de nostalgia, así que me agarro con fuerza a la manga de tu pijama mientras duermes, como si eso bastara para invocar a la suerte para que mañana todo siga siendo esa rutina de la que algunos reniegan. Yo, en cambio, bendigo todas las migajas de ese pan nuestro de cada día, agradezco las veladas Aburridas de sofá y manta y la nevera siempre a medio llenar. Y me miro en el espejo de quienes encontraron la felicidad en lo cotidiano porque ese es el lugar en el que quiero vivir contigo.
Cuando nuestros hijos se vayan y volvamos a ser tú y yo los únicos dueños de nuestro tiempo, nos quedará este pacto de amor sencillo y honesto, limpio como el rocío que tintinea sobre la hierba de nuestro jardín. ¿ quieres salir a verlo conmigo, señor madurito?
Una señora de mediana edad.
*carta presentada al concurso de cartas de amor Holiday rural.